Trabajar polarizaciones en terapia: ejemplo estival (de manual)
- Juan
- 30 jun
- 3 Min. de lectura
En vacaciones te pasa algo muy familiar: te transformas.

Ya sea tirado en la hamaca sintiendo que el tiempo se diluye y la mayor complicación es reservar mesa en el chiringuito, o apoyado a un árbol, extasiado frente a un rebaño de lo que sea, o empapado en sudor en un país remoto, parece que eres otro y, además, te gusta más.
De repente, una lucidez existencial te invade, y todo tu ser parece clamar por una verdad inmemorial: la vida debería ser siempre esto. Todo tu organismo, cargado hasta los topes de química placentera, se activa y te lanza mil razones para argumentar que ESA es la vida que deberías tener. Sin fisuras, sin duda. ¿Cómo dudar de algo que resuena tan positivamente?
Llegas al último día de asueto con un plan: los pasos a dar, los tiempos, los recursos… El cambio parece inminente.
Luego, vuelve la rutina y todo empieza a disiparse.
¿Qué ocurrió? ¿Fue un trance disociativo? ¿Estaba bajo los efectos de la piña colada? ¿El sudor constante me llevó a una deshidratación con efectos alucinógenos?
¿O simplemente una parte de mí —liberada por un rato del imperio de las partes exigentes, funcionales, complacientes, responsables, comprometidas— tuvo por fin un espacio para hablar? Y dijo, con una claridad cristalina: ¿Dónde quedó el placer en el día a día? ¿Por qué trabajar tiene que ser gris o desagradable? UNA PARTE QUE PUDO SOLTARSE, porque el entorno —sin correos, sin rutinas estresantes, sin presiones externas, sin imposiciones culturales o sociales— le dio aire, y con él, una visión más equilibrada.
Esa parte que se expresó en vacaciones no es una impostora ni una evasiva. Es un aspecto genuino del ser que suele permanecer oculto o reprimido bajo capas de responsabilidad, urgencia y automatismo. No busca el control absoluto ni quiere desplazar a las otras partes que gestionan el día a día. Sólo desea ser tenida en cuenta, participar, ser vista y escuchada.
Desde algunas corrientes contemporáneas de la psicoterapia orientadas a la integración interna, se entiende que la psique está formada por subpersonalidades que conviven dentro de nosotros. No se trata de una patología, sino de una organización natural del mundo interno. No obstante, siempre es sano identificarlas para trabajar polarizaciones en terapia. Algunas de estas partes se activan para protegernos, otras llevan el peso del deber o la eficiencia, y hay también aquellas que portan la vitalidad, la creatividad o el anhelo profundo de conexión.
Cuando vivimos bajo presión constante, se consolidan dinámicas internas donde solo algunas de estas partes tienen acceso al "volante", mientras otras son relegadas al fondo. La experiencia del descanso, del ocio o de la desconexión, tiene la capacidad de suspender ese orden jerárquico interno por un instante. Y en esa grieta, lo que asoma no es necesariamente una fantasía, sino una verdad olvidada.
Richard Schwartz, uno de los principales desarrolladores del enfoque basado en sistemas internos (IFS), plantea que cuando las partes dejan de luchar entre sí, y pueden ser vistas con curiosidad y compasión, se abre paso una presencia más profunda, coherente y sabia. Una presencia que no se identifica del todo con ninguna parte, pero las acoge a todas. Desde allí, se puede dialogar internamente sin polarización, sin que una parte silencie a la otra, sin que el impulso de evasión se enfrente directamente con la rigidez de la autoexigencia.
Spoiler: esa parte no es la solución a nada. No quiere apoderarse de tu vida ni tomar el control. No necesita hamaca, cóctel, pulserita, templos milenarios o deportes extremos a tiempo completo. Solo quiere espacio. Quiere que la escuches también cuando llegan los correos, cuando empieza la rutina, cuando las presiones externas o las exigencias sociales aprietan. Quiere ser tenida en cuenta.
El camino no es seguir ciegamente lo que esa parte anhela, ni suprimirla cuando estorba. El camino es aprender a escuchar. Dar lugar a cada parte, incluso a la que solo aparece en la calma o el descanso. Porque cuando todas encuentran su sitio —y son vistas sin juicio— algo más profundo puede emerger: una presencia desde la que vivir con más claridad, sentido y equilibrio. Y desde ahí, quizá no haga falta escapar tanto.
Porque no se trata de elegir entre la vida “real” y la vida “ideal”. Se trata de construir un diálogo interno que permita integrar lo que cada parte necesita, sin exiliar a ninguna. Y tal vez, en ese diálogo constante, vayamos encontrando un modo de vivir que no nos fracture tanto entre el deber y el deseo, entre la rutina y la evasión, entre el yo que trabaja y el yo que sueña.


